El resultado: adoquines, mamparas, jardineras, fuentes, marquesinas y semáforos arrancados de cuajo; quioscos de prensa carbonizados; lunas rotas y cierres metálicos arrugados como una bola de papel.
Prisciliano, un profesional asunceno de 30 años, desesperado tras divorciarse llegó a alquilar para vivienda un salón metálico de 2×3 cuyo cierre metálico era puerta y ventana única.