Por entonces no había impetuosas corrientes de aire, ni vientos intempestuosos; ni furiosos granizos, ni lluvias torrentosas, ni rodantes relámpagos o zigzagueantes rayos.
Relámpagos débiles, semejantes al reflejo instantáneo de un broquel herido por el resplandor de una hoguera, parecían querer iluminar el fondo tenebroso del valle.