La estación está repleta de signos: símbolos e indicios que cachetean la alienación cotidiana y obligan, por lo menos, a una mínima pero activa intervención.
Esos símbolos, sin haber sido despojados aun de ánima, sin haber sido superados (en lo de reconocer en ellos algo sagrado), valioso en sí, comienzan a ser puestos en solfa.