Algunas de ellas parecían meditabundas, tristes, y avergonzadas, pero algunas de ellas reían vehementemente por lo que habían aprendido en la casilla del confesionario.
Cuando, en un escrito o alegato, interrumpimos el hilo de la narración para dirigir la palabra vehementemente a una persona, estamos haciendo un apóstrofe.