Lo más patético es que una representante de toda esa inmundicia humana que es la izquierda violentista del siglo pasado, hoy se pretenda defensora de los derechos humanos.
Dando a entender de que las personas que defienden sus derechos humanos son una sarta de revoltosos y violentistas que solo quieren desestabilizar la democracia.
Y lo mismo puede decirse de su aspiración a incorporarse al ejercicio de la política sin haber abandonado la matriz violentista e integrista de su ideología maoísta.
La falta de recursos y la corrupción de funcionarios llevaron a que estos espacios, destinados a la readaptación social, funcionaron como escuelas subversivas donde se reforzaba el discurso violentista.
Ese sí era un apu, sabio, legítimo, no violentista, que había tomado el camino del derecho, recolectando 100 mil firmas e interponiendo un recurso ante el tribunal constitucional.