Cuando pensamos en innovación, nos vienen a la cabeza científicos chiflados que hacen grandes descubrimientos o invenciones que surgen de un tubo de ensayo.
De acuerdo con las ideas que pregonaban los difusionistas, todo desarrollo cultural importante se debía a invenciones de unos pocos, gente especialmente dotada, que luego propagaban a otras culturas.
Las invenciones nuevas, los des cubrimientos útiles, un trabajo penoso y asiduo; las manufacturas, armamentos, la agricultura, nada de esto entra en su sistema.
La tecnología de la radio, que empezó siendo telegrafía sin cables, debe su desarrollo a dos otras invenciones: el telégrafo, precisamente, y el teléfono.
A la solemnidad de origen es necesario oponer siguiendo un buen método histórico, la pequeñez meticulosa e inconfesable de esas fabricaciones e invenciones.