Luego, para compensar el despropósito, comemos un bocata de calamares en el sitio más gañan de la ciudad junto a una botella del peor vino reciclado de la casa.
Gruñendo, echando espuma por la boca, gañendo, rodaron por la nieve, convertidos en una masa que se movía frenética, salvajemente, de la que se desprendían mechones de pelo.