Siempre envidié a quienes podían dormir ocho horas seguidas - - o incluso más - y encarar la jornada con la satisfacción de un descanso mayestático en su haber.
Nuestros hijos son nuestros maestros, están aquí para enseñar nos que debemos rectificar en nosotros, y nos brindan siempre una oportunidad de emendar.
Ese día, con más angustia que nunca, veíamos le entrar tambaleante como siempre, oloroso a reverbero, los ojos aguados, la nariz de tomate y un paltó dril verdegay.