En esas elecciones, las de 1998, surgió la alternativa de un hombre nuevo, desenfadado, que enfrentaba con desparpajo a los solemnes señorones que tenían treinta años engañando a los electores.
La vida es caótica; las cronologías están bien para los libros de historia, para los estudios estáticos y las medias verdades siempre escritas por los señorones de turno.
En todos, seguramente por el hecho indubitable de estar mirando el horizonte hay ese donaire, esa actitud de ser, de sentirse o simplemente parecer un señorón.