Pero, aparentemente, para ellos se trataba de un atributo vergonzante; perversamente se atribuían los estímulos más patéticos, obstinadamente se concentraban en un talante metódicamente irracional.
Y no deja de ser vergonzante: las mismas prebendas las tenían anteriores gobernantes y servían únicamente de chascarrillo en tertulias y correos electrónicos.