Había momentos en los que el agua llegaba a la cubierta de la toldilla, y si no hubiese sido por la protección habría entrado agua incluso en los camarotes.
Sobre la toldilla ardía la llama de una vela sin el más imperceptible movimiento, y un largo cabello, sostenido entre dos dedos, colgaba sin que se advirtiera la menor vibración.