El mundo ha llegado a dedicarse a la tesis de que es posible, e inclusive deseable, hacer crecer la deuda inconvertible con el fin de hacer prosperar la economía.
En su madurez los bonos se sustituyen por otro bono con una fecha de vencimiento un poco más lejana, o bien son pagados ostentosamente en moneda inconvertible.
El discreto comienzo de la deuda inconvertible ha florecido en un colosal edificio, una fantástica torre de deuda que está condenada a caer sobre la complacencia y la apatía prevalentes.