A medida que viajan, los herboristas utilizan sus agudos sentidos para encontrar la flora más preciada y poco común, necesarias para sus propias recetas y las de otras profesiones.
Esto dio lugar a que proliferaran las farmacias regentadas por herboristas y otros comerciantes donde se vendían toda clase de cosas sin ningún control.
Hasta esa fecha, los medicamentos fueron vendidos en las casas particulares de boticarios y herboristas, que en muchos casos ejercían también como médicos.
Esta orden se refería solo a boticarios, aunque la venta de este tipo de medicamentos la ejercían otras muchas personas desde herboristas hasta clérigos.