El autor hace girar el primer extremo (el realista) alrededor de la condesa, personaje afortunadamente mucho más vulgar, imprevisible y prosaico que el campanudo conde.
Contribuye a robustecer esta fama de sabiduría su voz grave y campanuda, la entonación dogmática y sentenciosa de sus discursos y la estudiada circunspección y seriedad de todos sus actos.