Y esta última palabra lo hace llevar su arrugada mano, que más parece una sarmentosa raíz, a la sudorosa cabeza y mecer, ensimismadamente, sus cabellos.
Los árboles salvajes, como diciendo algún día, más temprano que tarde, has de venir a mis brazos gomosos, a mis brazos sarmentosos, a mis brazos fríos.
Finaliza el poema con un detalle llamativo: la descripción de las manos, largas y sarmentosas, de la viejecita, lo que demuestra su trabajo a lo largo de los años.