La roca, sin embargo, no estaba suelta para que hubiese dado lugar a aquella leyenda: salía del cerro como un brote peñascoso, elevándose a gran altura.
Decidimos internarnos en una empinada y peñascosa quebrada, muy estrecha, en cuyo centro baja a pequeños saltos de cascada en cascada un fuerte brazo de agua cristalina y fría.