No deambulaba ni a pie ni a caballo, sino montado en su diabólico y rústico velocípedo que se componía de dos ruedas, una grande adelante y otra pequeñísima atrás.
Es presumible que la maldición cometida incluye la propiedad privada sobre de bicicletas y hasta de los velocípedos de los niños o del fierro de planchar ropa en casa.
Y es que - - reconozcámoslo - - un tipo en pijama, con un palo, agazapado detrás de un arbusto, al acecho de domingueros en velocípedo, no es muy normal.