Corresponde al tipo que solemos contemplar cuajada de rocío, una mañana húmeda de primavera, simulando la redecilla recamada de piedras preciosas de algún hada del bosque.
Y les escuchó él, y tras mucha resistencia, consintió en vestir de nuevo sus trajes reales, recamados de oro y constelados de pedrerías, y en ceñir la diadema.