Aquella machada, llevada con el oscurantismo y la falta de rigor legal propia del individuo, costó de arrancada a las arcas públicas la nada despreciable cantidad de 360.000 euros.
La ingenuidad procedería de pensar que decir una machada (o una simple ocurrencia, pero del género grueso) es un acto de valentía que sirve para cambiar las cosas.