Es frase de latinidad clásica por la que se quiere expresar que un escrito de autor determinado tiene sabor o recuerda el estilo propio de algún autor clásico.
Con celeridad asombrosa, en tanteo perenne y mixtura monumental, se combinaron los productos norteños y sus versiones con los proyectos emanados de la latinidad.
Su lenguaje es de una belleza y elegancia insuperable, con una constante preocupación por usar siempre términos y expresiones de la más pura latinidad.
Durante sus años de estudio, se destacó siempre por su aplicación grande y su conducta ejemplar, estudió latinidad, filosofía, sagrada escritura, derecho canónico, teología dogmática e historia eclesiástica.