Se debe garantizar la inocuidad construyendo normas de calidad asociadas a las características de la pequeña producción, generando confianza colectiva a través de redes.
Las compañías que comercializan los productos transgénicos son quienes realizan las pruebas necesarias para demostrar su inocuidad, sin que se hagan estudios independientes.
La evaluación debe asegurar también que la modificación genética no haya provocado cambios que puedan afectar la inocuidad o el valor nutricional del alimento.