Niños mimados de los comandos electorales y oráculos infalibles de los medios de comunicación, de la noche a la mañana se convirtieron en blanco sarnoso de todos los dicterios.
Ninguno se sentía deshonrado de haber cerrado un soneto metafísico y enseguida escribir una letrilla o algún dicterio contra uno de los poetas rivales.