Y no sólo debían soportar los rigores de las atolladas diarias del jeep, sino que, además, tenían que vivir las angustias de las enterradas que se pegaba el taladro.
Llenamos el jeep de bencina con la preocupación de no llevar bidones extras a una zona que, según indicaban las noticias, estaba enteramente desabastecida.