Cuando era una pollita retozona, lo miraba con indiferencia porque estaba más allá del mundo cotidiano; más allá de aquel gallinero donde había, por lo menos, cien gallinas.
Llegó con una esposa robusta y unos hijos retozones, y sus ojos estaban cansados de ver las mismas cosas durante muchos años y de pensar los mismos disciplinados pensamientos.
En compañía de una oreja era el minotauro retozón, un felino regurgitando, alguien que escupía diamantes, al estilo martiano, y les permitía restaurar la capa de ozono.