Miramos con indiferencia, entregados a un fatum en el que tontamente creemos, la vida del niño escuálido que se escapa entre estertores hacia el último pudridero.
El hombre advierte no sólo que tiene que elegir, sino que además tiene que acertar: su libertad tiene que coincidir con su fatalidad, su fatum, su destino.
En cuanto a lo que, a lo largo de esta discusión, algunos han llamado teleologismo, otros evolucionismo y otros determinismo, yo creo que se trata de fatalismo (de fatum, destino).