Y ahí me tenéis, frente a aquel solterón feo, con tonsura en la coronilla que le otorgaba un recatado recogimiento de seminarista provinciano, cruzando y descruzando mis torneadas piernas.
Pero claro, una cosa es recortar simplemente lo necesario en los bordes de la herida y, otra, las tonsuras de cabeza entera por un rasguño detrás de la oreja.