Tu largo y poderoso tableteo, que asorda el horizonte, no me infunde pavor, sino deseo de ver tu carro bronco y giganteo despeñar se y rodar de monte en monte!
Oímos el tenebroso tableteo de las ametralladoras que retumbaba en el centro de la capital mientras tres complotados se defendían inútilmente muriendo frente a superiores fuerzas del gobierno.