La anciana, cuya dureza no excluye un gran dolor, personifica el sector más arcaico, encallecido por los golpes que el progreso ha asestado a una tradición que considera sagrada.
Queríamos hablar, queríamos decir que nuestro pan no es suficiente, que las pocas monedas ganadas no bastan para curar los brazas lastimados, las manos encallecidas.
No es una mala idea, aunque pueda parecer liosa y segregue en los cuerpos de políticos encallecidos las consabidas protestas de desorden, carestía, alboroto o desinformación.