Y era así verdad, que un anciano morisco, casi por fuerza, asiéndolos por las esclavinas, los metió en casa, y dio muestras de agasajar los, no morisca, sino cristianamente.
Se santiguó cristianamente y cerró su puerta cuidadosamente, apagando de un solo soplo la primitiva candileja de hojalata alimentada con aceite de carbón.