Llegó a la puerta; llamó; abrióle una vejezuela muy pobremente abrigada, rostro cáscara de nuez, mordiscada de facciones, cargada de espaldas y de años.
El cuerpo es agua derramada en la mesa, un temblor constante en estado de sitio, migajas de pan sin levadura, voz redondeada, mordisco tras otro que rehuye.